Tabaquismo, ¿Vicio o dependencia?


Tabaquismo, ¿vicio o dependencia?


Edilson Silva Liévano[1]

Licenciado en Filosofía y Letras, Universidad de la Salle; Máster en Literatura Hispanoamericana, Instituto Caro y Cuervo; Especialista en Formación de Actores para Teatro, Cine y Televisión, Escuela de Artes Cinematográficas, Ser. Profesor investigador Universidad Cooperativa de Colombia, prof. Universidad Pedagógica nacional.

Resumen

Este artículo corto derivado de investigación presenta los avances de la investigación “Estrategias para la prevención y educación sobre el tabaquismo”, que se adelanta en la Facultad de Comunicación Social en la Universidad Cooperativa de Colombia, seccional Bogotá. El problema es abordado inicialmente desde la dimensión ética, para ello, el autor recurre a la Ética  nicomáquea de Aristóteles en dialogo con la Ética para Amador de Fernando Savater, así mismo, introduce la visión  de Arthur Shopnehauer,  que aunque de corte pesimista se acerca a una comprensión del ser humano más compleja, es decir, menos reduccionista que la visión racional de Aristóteles.


Palabras clave

Ética, acción, vida buena, moral, virtud, hábito, felicidad

Abstract

This short article presents research resulting from the progress of the investigation, "Strategies for the prevention and education on smoking", being conducted at the Faculty of Social Communication at the Universidad Cooperativa de Colombia, Bogotá branch. The problem is approached initially from the ethical dimension to this, the author draws on Aristotle's Nicomachean Ethics in dialogue with the Ethics for Amador by Fernando Savater, also introduces the vision of Arthur Shopnehauer that although cutting is pessimistic about to an understanding of more complex human being, that is, less rational reductionist vision of Aristotle.


Keywords

Ethics, action, good life, morality, virtue, habit, happiness


El tabaquismo, ¿vicio o dependencia?













¿Por qué los medios  masivos de comunicación hablan tanto de la droga y tan poco de sus causas?
 ¿Por qué se condena al drogadicto y no al modo de vida que multiplica la ansiedad y el miedo, ni a la cultura de consumo que induce al consuelo químico?



Eduardo Galeano, Patas arriba


El tabaquismo, ¿vicio o dependencia?

Aventuramos una investigación en la cual las cosas parecen obvias, sabidas de antemano, casi un a priori, fumar es nocivo para la salud. Sí, gran verdad que se escucha a voces, y sin embargo, millones de personas luchan cada día, o bien por dejar de fumar, o bien para salvarse del cáncer producido por éste, otro tanto, simplemente muere. Esta investigación parte de la necesidad de encontrar una respuesta, quizá posibles caminos, que lleve a la población estudiantil universitaria a concientizarse sobre el hábito fumador, sus causas y consecuencias.

Después de conversar con algunas personas que fuman se descubre que, muchos, casi en su totalidad, recuerdan o han visto una publicidad que los invita a dejar de fumar, es más, un estudiante advierte: “Es que hasta en la cajetilla el letrero es claro: El tabaco es nocivo para la salud, y sin embargo, uno sigue fumando”. Esta paradoja nos ha llevado al planteamiento de la pregunta de investigación: ¿Cómo puede explicarse el acto de fumar en estudiantes universitarios, pese a estar informados sobre los efectos nocivos para la salud? Este es el reto que enfrenta la investigación, así como advierte de entrada la necesidad de cambiar el punto de la investigación. Si la publicidad que pretende educar a los ciudadanos, la sana, la que se enfrenta a la otra que se anuncia en los paraderos y que intentan atrapar al sujeto con sus cautivadoras imágenes, no logra impactar ni redireccionar el hábito fumador, es porque deben existir otras causas que se escapan a la percepción inmediata y que demuestran que estar informados no es suficiente. Por eso, desde ya se advierte que los verdaderos resultados de esta investigación se darán una vez como la misma se desarrolle con los sujetos involucrados directamente, fumadores y no fumadores. Esto define el punto de vista de la investigación, no se trata de una investigación bajo el paradigma positivista, donde el sujeto se distancia, o al menos pretende distanciarse de su objeto, por el contrario, se trata de una investigación donde investigadores e investigados están comprometidos en la misma empresa. Lo anterior define el verbo rector, no es una investigación de los expertos “para” los investigados, sino una investigación “desde” y para quienes viven y padecen el hábito fumador, así como de aquellos que no lo padecen, pero que profieren sus discurso contra los otros, aduciendo respeto al aire limpio, a su espacio, relegando a los fumadores a un espacio que los sataniza y los multa, pero que a la larga no ofrece socialmente espacios de rehabilitación, comprensión y discusión.

Metodológicamente esta investigación está obligada a asumir el paradigma de la complejidad, es decir, a no reducir su objeto a una parcela de conocimiento, es por eso, que en su rigor se plantea los supuestos éticos, sociológicos, antropológicos, políticos, psicológicos, estéticos, económicos, científicos, ecológicos, médicos y comunicativos que envuelven la problemática que se pretende abordar. Para lograr tal empresa, el Programa en Comunicación Social de la Universidad Cooperativa de Colombia, seccional Bogotá, a través del Comité de Investigación, ha planteado tres frentes: investigadores principales (Edilson Silva y Ramiro Leguízamo), semillero de jóvenes investigadores e investigación desde el aula. Los primeros tienen bajo su responsabilidad darle forma y orientar la investigación como tal; los segundos contribuyen en la construcción de los marcos teóricos mínimos y necesarios, y los terceros aportan desde el aula sus rastreos y el análisis del discurso, como en este caso donde el curso de tercer año se ocupa del análisis discursivo proferido por los medios de comunicación, las políticas mundiales, nacionales y locales, así como el de los fumadores y los no fumadores.

Quizás construir un marco teórico desde el punto de vista de la “sistematización de la experiencia” sea arbitrario, porque ésta supone que los sujetos involucrados formulan sus propios saberes. Sin embargo, hemos considerado pertinente establecer algunos elementos que permitan situar el problema para evitar que la realidad sea más amplia que nuestra propia capacidad de comprenderla e interpretarla.  Esta vez nos ocupamos de los supuestos éticos.



Preguntarse por la vida buena









“En el arte de vivir, el hombre es al mismo tiempo el artista y el objeto de su arte,
 es el escultor y el mármol, el médico y el paciente”



Erich From, Ética y psicoanálisis.



Estamos dos mil quinientos años al otro lado de los pensadores griegos que iniciaron una reflexión sistemática sobre la costumbre, la felicidad, la virtud, lo bueno, lo malo, lo aceptable que el hombre debe hacer y tomar para sí y para los demás. Es una línea gruesa de la tradición filosófica de occidente que más o menos atraviesa la historia movida por la idea del progreso moral. Es decir, el hombre puede ser cada día mejor, como lo seguía afirmando Fernando Savater (1991) al escribir en la Ética para Amador, “ten confianza en ti mismo, en la inteligencia que te permitirá ser mejor de lo que ya eres, y en el instinto de tu amor, que te abrirá a merecer la buena compañía” (p.15). El pensador español no hace otra cosa que retomar el pensamiento moderno inspirado en la idea de progreso, el hombre puede definitivamente moldearse a juicio de guiarse por la razón, pero volvemos a la pregunta, ¿es esto cierto?, ¿no hace falta incluir alguna sospecha? Pues, bien, esa sospecha podría formularse con un pensador que fue menos positivista y sí por el contrario pesimista, Shopenhauer, quizá más realista, Shopenhauer creía que era un error perseguir un estado ideal de felicidad, de hecho la felicidad es un mito moderno, nuestras acciones deben, por el contrario, encaminarse a ser menos infelices, de eso se trata, de ser menos infelices, y ésta nos parece, es una segunda línea que puede tenerse en cuenta a la hora de intentar preguntarnos por la vida buena.

Otra línea gruesa de la tradición de occidente tiene que ver, ya no con las éticas civiles, sino con las éticas religiosas, o aquellas que se desprenden de los sistemas centrados en la creencia de un Dios que organiza la vida y dirige los destinos de los hombres. Sin embargo, la idea de progreso moral no desaparece, Dios y su voluntad es la factibilidad para hacernos mejores, santos, buenos, aceptados por el misterio, etc. Y finalmente, un cuarto eje de sentido, sería el que obliga la posmodernidad, si entendemos esta como una mirada crítica que le arranca las ilusiones creadas y argumentadas por el pensamiento moderno, por ejemplo la del progreso moral, la de un hombre que se guía estrictamente por la razón. El hombre, como dirá Zigmunt Bauman, y como también lo creyeron los sofistas, es profundamente ambivalente, sus elecciones no son solo racionales, sino también emocionales y pulsativas.

Cuando se reflexiona sobre el tabaquismo, se intenta aproximarnos desde la ética a una concepción sobre la acción. En una palabra, escribe Savater, “entre todos los saberes posibles existe al menos uno imprescindible: el de que ciertas cosas nos convienen y otras no. No nos convienen ciertos alimentos ni nos convienen ciertos comportamientos ni ciertas actitudes”  (p, 20). Se trata de un conocimiento práctico y racional de los principios de la conducta humana, no solo para seguir viviendo, sino para saber vivir. Esto nos conecta, aunque un poco diferente, con el pensamiento clásico que ha trasegado desde el pensamiento helenístico, romano, medieval, moderno y que llega hasta la actualidad, aunque con cierto grado de olvido, desprestigio e incluso de perversidad.

Según Christopher Row (1995), “la ética griega de todos los períodos gira sustancialmente en torno a dos términos, eudaimonía y areté; o bien, según su traducción tradicional, <<felicidad>> y <<virtud[2]>> (p. 185). Aunque con matices diferentes en cada uno de los  filósofos y las escuelas de la antigüedad, estos dos términos apuntan, no hacia la moralidad, es decir, hacia el conjunto de normas y valores con los que una persona determina el curso de sus acciones y decisiones, sino hacia la naturaleza de lo que debe ser vivir una vida humana buena, el ethos, el carácter.  Por ejemplo, en Sócrates esta naturaleza recae sobre el papel que juega el “autoconocimiento”  para dotar de sentido ético la conducta humana. Sólo en la medida que me conozco a mí mismo practico la sabiduría, guiado siempre por la docta ignorancia, por una investigación constante de sí mismo. En Platón, la parte racional del hombre debe iluminar en todo momento la vida humana y decidir cada acto humano. Así, en su programa ético, la virtud de la parte racional es la sabiduría; la virtud del entusiasmo es la fuerza de la voluntad; la virtud de la vida impulsiva es el autodominio, y la virtud de todas las virtudes es la justicia.

El programa ético aristotélico se centra en la noción de felicidad, no entendida como la podríamos asumir hoy en día, con un cierto grado de subjetividad, incluso ligada al placer de los sentidos, al disfrute de una taza de café, más bien, “para él la vida <<de acuerdo con >> la areté en sentido supremo resulta ser la vía del intelecto, en la cual <<lo moral>> y las restantes <<virtudes>> sólo desempeñan un papel en cuanto  al intelecto. (Row, 1995, p. 186). Para Aristóteles la felicidad del hombre radica en el ejercicio de la razón, y es esta la que permite determinar cuál acción es más conveniente, en la medida que es capaz de determinar el justo medio entre los extremos (el exceso o el defecto), aunque esto no indique, como lo desarrollaremos más adelante, que se pueda fumar siguiendo el criterio de término medio y seguir siendo virtuoso (excelente). No, porque, dice Aristóteles,  que hay acciones que simplemente son ruines para el cuerpo y el alma, y en esa medida es mejor no perseguirlas porque su fin no es el bien, es decir, la felicidad.

En la Ética nicomáquea, Aristóteles indica que toda acción tiende hacia un fin, preguntar sobre el acto de fumar, para ir entrando en el tema particular, nos pone en la pregunta sustancial, ¿cuál es el fin de una acción como ésta? ¿A dónde me lleva? Aventuremos, pues, algunas respuestas: fumo para solventar mi grado de ansiedad, por el estrés, porque soy adicto a la nicotina, porque simplemente es delicioso. Son respuestas hipotéticas, a prioris, no obedecen aún a la respuesta directa de un fumador. Para Aristóteles toda acción debe conducirnos necesariamente al bien, y ese bien último, el mayor de todos, es la felicidad “pero la esencia de la felicidad es cuestión disputada, y no la explica del mismo modo el vulgo y los doctos” (Libro I, IV, 16). Aquí pisamos terrenos peligrosos a la hora de justificar nuestras acciones, porque culturalmente la felicidad puede tener tantas significaciones como cada sujeto disponga, sobre todo, porque hay una marcada tendencia a confundir los medios con los fines, por ejemplo, para alguien, sobre todo en las sociedades del capitalismo, la felicidad está en el tener, mas no en el ser, en el estatus mas no en la calidad de vida, como diría Erich From.  De ahí que Aristóteles identifica el bien con el fin, o viceversa, el fin con el bien, para ilustrar cita un ejemplo: “El bien (como una fuerza, una motivación), ¿no es claro que es aquello por cuya causa se pone en obra todo lo demás? En la medicina es la salud (…) De manera que si existe un solo fin para todo cuanto se hace, este será el bien practicable” (Libro I, VII, p.21) Así que practicar el bien conlleva necesariamente a la felicidad, al principio ético que sustenta todo el aparato filosófico aristotélico, porque como afirma “la felicidad es más deseable que todos los bienes y no está incluido en la enumeración de estos” (Libro I, Vii, 229.) Una cosa son los bienes como objetos de la realidad, pero otra cosa en el bien, y otra cosa el bien último, la felicidad.

Según la antropología aristotélica como hombres poseemos una vida vegetativa (nutrición-crecimiento); una vida sensitiva (común con los animales), y una vida activa:

Resta, pues, la que puede llamarse vida activa de la parte racional del hombre, la cual a su vez tiene dos partes: una, la que obedece a la razón; otra, la que propiamente es poseedora de la razón y que piensa. El acto del hombre es la actividad del alma según la razón, o al menos sin ella…(Libro I, VIII, 23)

Es decir potencialmente los seres humanos siempre estamos equipados para pensar y decidir sobre las acciones, la elección es un posibilidad consciente que nos construye como humanos y como sujetos éticos. Aunque mucho se ha cuestionado esta forma sistemática de asumir el hombre, y de dejarlo doblegado al imperio de la razón. Si embargo, antes que unir nuestras voces a esa voz en contra de la pretensión moderna y afirmar que sea una arbitrariedad considerar que en algún momento tenemos que elegir racionalmente a favor del bien, es decir, de la felicidad como fin último de las acciones. Un diagnóstico ligero a un paciente puede arrojarle pre-cáncer de pulmón como consecuencia del hábito fumador. No empeñar la vida activa, la facultad de pensar y racionalizar la situación como parte de las posibles acciones que deba emprender, por ejemplo, decirse, debo dejar de fumar, sería una estupidez.

Pese a lo anterior, la decisión de pasar de una acción a otra no es fácil. Dejar de fumar no es lo mismo que dejar la maleta sobre le escritorio. Un gran número de factores se suman al problema que tratamos de alumbrar: sociológicos, antropológicos, religiosos, culturales, comunicativos, psicológicos, etc. De alguna manera, si aventuráramos un primer camino podemos decir que el sujeto puede elegir racionalmente que dejar de fumar será bueno para su salud y para su felicidad, pero el bien práctico nunca le será tan fácil, porque, entre otras cosas, debe luchar contra una de las sustancias más adictivas, la nicotina.  Tal vez en este punto podamos citar cuatro principios de la moral que cita Fernando Savater en la Ética para Amador, cuatro aforismos de Lichtenber.

                        Solo disponemos de cuatro principios de la moral:

>>1) El filosófico: haz el bien por el bien mismo, por respeto a la ley
>>2) El religioso: Hazlo porque es la voluntad de Dios, por amor a Dios.
>>3) El humano: hazlo porque tu bienestar lo requiere, por amor propio.
>>4) El político: hazlo porque lo requiere la prosperidad de la sociedad de la que formas parte, por amor a la sociedad y por consideración a ti.

Aristóteles, para seguir acercándonos a este aparato ético, distribuye los bienes que son diferentes al bien, los bienes en tres: exteriores, por ejemplo, los recursos que pose una persona, dinero, cosas, objetos, posesiones; los del cuerpo, porque para cada cual es placentero aquello a lo que se dice ser aficionado, por ejemplo, un deportista, un corredor de caballos, un escritor, aquellas cosas dónde el ser humano puede hacer uso de sus facultades, no tanto un placer de añadidura y hedonista, la condición para que estos bienes produzcan placer en sí mismos es que estén ajustados la virtud, es decir a la excelencia. La tercera categoría de bienes Aristóteles se la confiere a los del alma, especialmente, la contemplación y la virtud.

Aristóteles hace una pregunta que nos parece de suma importancia: ¿cómo se llega a la felicidad? Es decir, qué camino se emprende para practicar la eudaimonía, la vida buena: “De lo cual se suscita la cuestión de  si la felicidad es cosa de aprendizaje o de costumbre, o resultado de algún otro ejercicio, o si nos viene por algún hado divino o por fortuna” (Libro I, IX, p. 27). A este mismo punto llega Fernando  Savater cuando le recomienda a su hijo preguntarse si las razones que determinan sus actos están dadas por órdenes, costumbres o caprichos: “¿De qué modo y con cuanta fuerza te obliga a actuar cada uno?” (1991, p. 41). Para el filósofo español, la ética es ante todo un “arte de vivir” donde podemos siempre, en los límites de nuestra libertad, elegir lo que más nos convenga.

Para el filósofo griego, la felicidad así se aprenda o se estudie es siempre una de las cosas más divinas, “puesto que el premio y fin de la virtud, con toda evidencia, es algo supremo y divino y bienaventurado” (Libro I, XI, p. 27) No hay duda, Aristóteles confía en el ser humano y en su capacidad de progreso moral. La felicidad se aprende en la práctica, pues la felicidad “es una cierta especie de actividad del alma conforme a la virtud, mientras que los demás bienes están comprometidos en la felicidad, al paso que otros son por su naturaleza auxiliares y útiles por modo instrumental (p, 27). Ahora bien, parece claro que las acciones se orientan al bien, y el bien último es la felicidad, la vida buena, saber elegir por la virtud. Entonces, aún nos resta dar algunas puntadas sobre la virtud, el segundo término del sistema ético aristotélico.

Consideremos ahora la propuesta del filósofo español: Las órdenes y las costumbres tienen una cosa en común: parece que viene de fuera, parece que se te imponen  sin pedirte permiso. En cambio los caprichos te salen de adentro, brotan espontáneamente sin que nadie te los mande ni a nadie en principio creas imitarlos” (p, 42). Aquí, parece que Savater no establece diferencia entre ética y moral, actitud más bien generalizada en el siglo XX, a veces se habla de ética en términos macros y especializados, por ejemplo la ética del comunicador social, del médico, del investigador, y se habla de moral en términos sociales, por ejemplo la moral de determinado pueblo, la moral de los cristianos. Incluso se dice que un sujeto particular no tiene moral, es decir, ciertos principios que orienten su vida en sociedad, o al menos para esa sociedad, grupo o cultura.

Así como en la ética aristotélica el “bien” es el motor que orienta las acciones, en Savater es la libertad. La pregunta del filósofo nos lleva hacia la reflexión ¿por qué hago esto?, ¿por qué fumo?: ¿Por costumbre? ¿Por capricho? ¿Por órdenes?, o ¿por adicción? Creemos que vamos estableciendo desde los supuestos éticos un camino reflexivo que a futuro debe llevar a los jóvenes involucrados en el proyecto a la reflexión. Tendríamos que preguntarnos de qué forma cómo la sociedad logra ordenar a los jóvenes que sean fumadores, drogadictos, consumidores. Quizá esto se evidenciará en los análisis del discurso en la publicidad, actos de habla directivos, situaciones e imaginarios creados en la cognición social que instalan dispositivos que buscan que siempre el sujeto desee, y que a partir del deseo llegue al consumo, de cualquier cosa, por cierto, incluso de cosas letales y adictivas, pero esto se verá con mayor claridad en una matriz socio-histórica que intente ubicar nuestra sociedad en el panorama de la modernidad de la industrialización y del capitalismo, no la de la calidad de vida, como utópicamente alguna vez se creyó.  Lo cierto, es que la sociedad no sólo ordena, ya sea en sus niveles macros  y comunicativos, sino que dirige también el capricho de los seres humanos, el ser humano inconsciente de ello se convierte en una mercancía más, la modernidad como lo ha dicho la escuela de Frankfort, una y otra vez, a través de sus filósofos, Walter Benjamín, Goldman, Lukács, Adorno, Horheimer, Marcuse,  está profundamente ligada a un proceso de reificación del ser humano, donde el sujeto es tratado como una mercancía más del capitalismo. Así que si es por capricho, no siempre somos tan libres a la hora de elegir nuestros caprichos, o el gusto, como suele ser el argumento ético desde donde los jóvenes justifican lo que se comen, se ponen, compran, etc. El gusto, incluso eso que nos parece capricho está ligado a intereses sociales más o menos soterrados.

La fuerza de la costumbre será quizá  uno de los elementos más importantes en esta investigación. El acto de la costumbre legitimó durante muchos años el acto de fumar como algo normal, es aceptable que los adolescentes fumen cigarrillo, de hecho, es una enfermedad social, más o menos aceptada. Sin embargo, esta costumbre viene sufriendo un profundo revés desde las políticas mundiales, nacionales, y locales, que intentan desactivar el imaginario social de la aceptación como algo normal. La costumbre también está ligada a una forma de pensar, es una categoría mental compartida por una sociedad, y esto, según el sociólogo francés Pierre Bourdieu, constituye el hábitus, una suerte de sistema de disposiciones internas aprendidas en la experiencia. El habitus es profundamente ético, pues son las sociedades quienes definen en  los cortes sincrónicos de su historia las formas como viven, aman, sienten, organizan la vida cotidiana, trabajan. Es en esa costumbre como se conforman las morales, los conjuntos de normas que orientan la vida de los propios sujetos, y en ese sentido, la moral puede volverse contra los deseos más pulsativos del ser humano, o hacer que reprima sus instintos a favor de los valores sociales.

Iniciamos un nuevo siglo con la sensación de estar al límite de la autodestrucción, la ética moderna con su doble discurso creo un sujeto emancipado y racional en apariencia, pero en ella se legitimó el habitus del progreso, consumo, acumulación, deseo constante, desconociendo de fondo la idea de una vida buena. Sí algo ha demostrado el mundo es que la felicidad no importa y que la racionalidad también sirve para legitimar la destrucción y la barbarie. Hoy por hoy desmontar la idea de progreso, impulso vital del hombre moderno y generador de todas las tensiones y ansiedades, parece un imposible, y sin embargo, seguirá trayendo barbarie al ser humano, ya sea por sus logros o ya sea por sus nostalgias  y su imposible, que vuelve a millones de seres humanos en gente desgraciada, desclasada, marginada.

Para la realización de la felicidad como bien último es necesario que la virtud se convierta en la guía tutelar de la acción. Así, dos son las virtudes que propone Aristóteles: la virtud moral y la intelectual. La virtud moral es fruto de la costumbre, la segunda, fruto del tiempo y la experiencia. 
           
Las virtudes, por lo tanto, no nacen en nosotros ni por naturaleza, ni contrariamente a la naturaleza, sino que siendo nosotros naturalmente capaces de recibirlas, las perfeccionamos en nosotros por la costumbre (…) Toda virtud se alcanza por el ejercicio de igual manera nos hacemos justos practicando actos de justicia; temperantes haciendo actos de templanza, y valientes ejercitando actos de valentía  (Libro II, I. P, 36).

Digamos que las virtudes que propone Aristóteles obedecen en gran medida al contexto social del sujeto político de la época, ciudadanos libres para el ejercicio de la polís y la guerra, pero hoy requerimos modificar nuestro programa ético de acuerdo al contexto contemporáneo. Por ejemplo ningún crimen intelectual cometeríamos diciendo que  nos volvemos respetuosos con nosotros mismos practicando actos de respeto con nuestro cuerpo. No fumar puede ser un acto de respeto hacia el cuerpo que es nuestra casa y al cual necesitamos dispensarle agrado, buenos ambientes, descanso, etc.

En Aristóteles un componente importante para practicar la virtud es la “abstinencia”. Por la abstinencia de los placeres, dice, “nos hacemos temperantes, y una vez que los somos, podemos muy fácilmente privarnos de ellos”  (Libro II, I. P, 38).Desde luego, este es un aspecto que más causa  escozor en la sociedad de la euforia y el consumo, abstenerse es un hábito contrario a la cultura del consumo y el goce. No creo que sea fácil la abstinencia en una sociedad que se educó para el consumo y el gasto desmedido, o si no, hay que ver la crisis de recesión por la que atraviesa el mundo. El mundo está desesperado porque no puede dejar de consumir, no puede ser temperante, practicar la abstinencia de los placeres efímeros, quizá no esenciales, pero si ya no puedes consumir, eres pobre.


Aún, en la reflexión sobre el componente ético debemos estudiar dentro de la virtud moral, qué es aquello estimable por los hombres. Dice Aristóteles que la virtud está relacionada con los placeres, y segundo estudia sistemáticamente las preferencias de los hombres.

Por obtener placer cometemos actos ruines, y por evitar penas nos apartamos de las bellas acciones. Por lo cual, como dice Platón, es preciso que luego, desde la infancia se nos guíe de modo tal de que gocemos o nos contristemos como es menester, y en esto consiste la educación. (Libro II, I, p.39)
                       
Tres cosas hay en cuanto a nuestras preferencias: lo bueno, lo útil, lo placentero, otras tres contrarias a las de las aversiones: lo malo, lo nocivo, y lo desagradable. Tocante a todas ellas acierta el hombre bueno y falla el hombre malo, y sobre todo en lo que atañe al placer” (Libro II, III. 40)

Así las cosas acciones que se cometen sobre el cigarrillo, como fumarlo, hay que aclarar que las cosas no son malas en sí mismas, solo en el para sí, nos convertimos en sus víctimas. Quizá las dos últimas categorías funcionen frente al cigarrillo. El cigarrillo no sólo es nocivo para la salud sino desagradable para el medio ambiente y para la persona en sí misma. Creemos que unas sentencias finales de nuestro filósofo clásico cierran este capítulo  y nos permiten entrar a la discusión sobre una palabra muy contemporánea, el vicio. “Quede sentado, por tanto, que es propio de la virtud poner en obra los goces o sufrimientos moralmente más valiosos, y propio del vicio hacer lo contrario” (Libro II, III. 40). Así quien practica la virtud es un hombre virtuoso quien la omite un vicioso. Esta última suena a un juicio moral que deberá ser estudiado con los participantes en la investigación, es decir, las percepciones individuales sobre el vicio en oposición a la noción de dependencia que no tiene la carga semántica ni moral que la sociedad profiere sobre los fumadores, viciosos.

Para Aristóteles las virtudes no son ni pasiones ni potencias sino hábitos y la virtud se define como “aquel hábito por el cual hombre se hace bueno y gracias al  cual el hombre realizará bien la obra que les es propia” (Libro II, V, 43), y si uno piensa que la obra que se le impone al hombre es hacerse bien  a sí mismo, o como citábamos con Erich From, en el arte de vivir el hombre es al mismo tiempo el artista y el objeto de su arte, entonces la virtud moral encierra un gran significado para orientar nuestras acciones. El estagirita ubica en el plano de las pasiones, la ira, la cólera, el miedo, la pasión y el dolor, y en las acciones el autodominio, la audacia, el compadecerse. Así, por ejemplo, alguien que no controla sus placeres es un intemperante, falto de templanza; alguien que sufre de exceso de miedo, un cobarde; alguien que se excede en la ira, un irascible, y su vicio correspondiente la irascibilidad. En sí, Aristóteles, en su actitud  taxonómica y positivista,  tiene una medida para todo, de ahí que las pasiones y las acciones puedan medirse por el defecto y por el exceso, pero la virtud se logra en el término medio: “La virtud es, por tanto, un hábito selectivo, consistente en una posición intermedia para nosotros, determinada por la razón y tal como lo determinaría el hombre prudente. Y así unos vicios pecan por exceso y otros por defecto de lo debido en las pasiones y en las acciones, mientras que la virtud encuentra y elige el término medio. ” (Libro II, V, 44).

Sin embargo no toda pasión ni toda acción puede ser objeto de esta regla de la virtud, porque algunas se nombran implicadas en su perversión, ejemplos que menciona Aristóteles son la alegría del mal ajeno, la impudencia, la envidia, el adulterio, el robo, el homicidio. Todas estas cosas, dice el filósofo, son objeto de censura por ser ruines en sí mismas y no por sus excesos ni por sus defectos. Así, en cuanto a los placeres, la advertencia aristotélica es movernos entre la templanza y el desenfreno, los extremos tienden a ser reprochables,  mientras que el término medio a ser laudable y recto.  Nos queda, pues, en el plano de la virtud y la felicidad nuestra propia elección guiada por la voluntad. La voluntad y la elección, supone al hombre racional que se comporta para sí de manera virtuosa donde las acciones tienden al bien, por tanto a la felicidad.

En conclusión, deberíamos volver a las antiguas cuestiones, y eso nos marca una concepción bastante moderna y racional sobre la ética de la vida buena, detener el ritmo de la sociedad contemporánea, volver a pensarnos a nosotros mismos, para mí, bajo una pregunta sencilla ¿cómo puedo vivir mejor?, o las que ya formulábamos con el filósofo español: ¿por qué hago esto?: ¿Por costumbre? ¿Por órdenes? ¿Por  capricho? No está de más filosofar en el plano ético, y más cuando la vida, el bienestar de cada uno de nosotros está  en juego.

Sin embargo la ética aristotélica no deja de tener sus detractores, y creo que Shopenhauer se plantea el problema de la vida desde otro punto de vista. No está empeñado en fabricar un sistema filosófico basado en la abstracción sino en formular un conjunto de normas que le permitan al ser humano llegar a la sabiduría es decir  las acciones. Desde luego, estas normas también son abstracciones, pero están orientadas de forma menos pretenciosa. En el Arte de ser feliz,  o la Eudomología, Shopenhauer advierte que una sabiduría de la vida “debería enseñara vivir lo más felizmente posible, y, en concreto, resolver esta tarea aún bajo dos restricciones: a saber, sin una mentalidad estoica y sin tener un aire de maquiavelismo. La primera, el camino de la renuncia  y austeridad no es adecuado, porque la ciencia esta calculada APRA el hombre normal y este está demasiado cargado de voluntad (vulgo sensualidad) como para querer buscar la felicidad por este camino: la última, el maquiavelismo, es decir, la máxima de alcanzar la felicidad a costa de la felicidad  de todos los demás, no es adecuada porque en el hombre corriente no se puede presuponer la inteligencia necesaria para ello”. (2000, p. 26). Es fácil advertir en la mirada del filósofo cierto nivel de ironía y contradicción frente al hombre contemporáneo. Ni estoicismo ni maquiavelismo, pero igual un hombre incompetente para cualquier programa filosófico. Entonces Shopenhauer propone un progreso moral diferente, en la regla número uno, Shopenhauer propone que lo que deberíamos hacer los seres humanos es cuidar el presente y anestesiar el futuro. El futuro es incierto, imaginario y preocuparnos por ello es innecesario, en cambio si hacemos del presente un espacio indoloro, tranquilo y soportable, y si nos ocupamos de cuidarlo no llegaremos a ser felices, pero sí menos infelices.  Lo primero que debe hacer un ser humano es cuidarse en estar alegre de ánimo, “temperamento feliz”, dice Shopenhauer, pues “éste determinará  la capacidad para el sufrimiento y la alegría” (p, 27); lo segundo  debe consistir en ocuparnos en los más próximo al espíritu: el cuerpo. La tercera condición es la “tranquilidad del espíritu”, porque este aspecto define cuan locos o cuerdos estamos.

Todo el proyecto moral de Shopenhauer está orientado hacia la vida práctica, lo que el llama la sabiduría, practicar el arte de vivir es hacerse sabio. Para ello debemos evitar al máximo las conductas que generan malestar, ansiedad y angustia en el ser humano. Por ejemplo la envidia, el odio, pero ante todo esforzarnos en tener carácter. Solo el carácter, que Shopenhauer divide en tres: inteligible, empírico y adquirido, nos permite en gran medida ser felices, aquí y ahora. De los tres el filósofo le da mayor importancia al tercero, el adquirido, y este “sólo se consigue en la vida  a través del ejercicio en el mundo”. El primero es intelectual, el segundo puede ser consecuencia del primero, y también producto del ensayo y el error, pero al tercero sólo se llega cuando hemos descubierto qué es lo que queremos  y de qué somos capaces. De esa manera no andamos como seres del ensayo y el error por el mundo, ni generamos infelicidades envidiando lo que otros hacen, porque hemos aprendido entre todas las variedades del mundo aquello que nos pertenece y para lo cual somos buenos. Este aspecto nos resulta importante para el análisis en la investigación, dado que en el mundo contemporáneo es frecuente escuchar a las personas decir que se han visto obligados a hacer lo que les toca, no lo que desean, y así las cosas, esto lleva a las personas a generar grandes dosis de ansiedad, ansiedad que a veces se resuelve bajo el humo de un cigarrillo.

En conclusión, para Shopenhauer, si nos proporcionamos un entorno medianamente feliz, la vida no es más que ese estado un poco extendido, sin grandes metas al otro lado, sin felicidades imaginadas o al final de un proyecto. Lo importante es ser  felices ahora y cuidar ese estado cuidando del cuerpo, el ánimo, y la tranquilidad del espíritu.


Bibliografía

Aristóteles (Sin año). Ética Nicomáquea. Bogotá: Editorial Bedout.
Peter, Singer (1995). Compendio de Ética. Madrid: Alianza Editorial. (Título original: A Companion to Ethics)
Savater, Fernado (1991). Ética para Amador. Barcelona: Editorial Ariel S.A.
Shopenhauer, Arthur (2000). El arte de ser feliz. Barcelona: Editorial Herder. (Título original. Die Kunst, glücklich zu sein)



[1] Licenciado en Filosofía y letras, Universidad de la Salle; Magister en Literatura  Hispanoamericana del Instituto Caro y Cuervo, Especialista en Formación de Actores para Teatro, Cine y Televisón. Autor  del libro producto de investigación Leer y escribir en le aula universitaria. Metodología y Práctica, Universidad Cooperativa de Colombia, 2010 y del a novela RISA, publicada por la Editorial Sumasaberes Limitada, 2009. Profesr investigasdor de la Universidad Cooperativa de Colombia y de la Universidad Pedagógica Nacional. Investigador principal Estrategia Comunicativa para la educación sobre el ecologismo humano. Prevención del tabaquismo.
[2] El areté: lo mejor, la excelencia.